Tengo cabreo todavía pero solo me vienen a la cabeza imágenes de héroes vencidos, heridos en el campo de batalla tras la traición de alguno de los suyos. Y es por eso que, lejos de negarles mi agradecimiento, clamo por la venganza contra quien ha consentido tan innoble infamia. Nuestro orgullo durante seis años ha sido aquella a la que Luis Aragonés bautizó infaustamente La Roja. Además del basket, el balonmano, Fernando Alonso o Nadal, siempre Nadal. Iker, Xavi, Torres, Villa, Iniesta. Los chistes de Reina. Los besos de Carbonero. La Selección Española de Fútbol. Gracias a una generación de futbolistas que nos enseñaron lo que no pudieron ni Santillana ni Julio Salinas. Ni Cardeñosa ni Butragueño. Ni Caminero ni Raúl.
Pero no significa que no haya que mirar atrás. Que si dos entrenadores de cierto prestigio no ponían a Casillas por algo sería. Que si el Barça ha terminado fundido esta temporada no podía ser la columna vertebral del equipo que defiende título. Que si el máximo goleador nacional ha marcado la mitad de esos goles gracias a los pases de un chaval que pide paso a voces, pongas a uno y al otro lo dejes en el banquillo. Que si vas a jugar con calor y humedad asfixiantes te vayas a entrenar a un clima como el de Burgos en el mes de enero. Que si tienes pidiendo paso a gente como Carvajal, Deulofeu o Suárez no quieras saber nada de ellos. Que si has ganado dos títulos con un estilo lo cambies drásticamente cuando más lo necesitas, aunque no sea el tuyo y lo hayas heredado.
Del Bosque, Hierro, Villar. Nos han hecho volver ocho años atrás. La misma incertidumbre, la misma ansiedad que espera una revolución. Prefiero las evoluciones que las revoluciones. No hay duda que hay material para volver a ser lo que este equipo ahora derrotado nos llevó algún día. Pero los homenajes había que haberlos hecho en alguna plaza, no en Brasil. Si los del equipo del futuro ya estuvieran jugando con España no hablaríamos de este o aquel equipo, hablaríamos de la Selección. Una pena que no esté Luis para enseñárselo.
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