lunes, 10 de febrero de 2014

Elegía

Llevamos ya dos día sin él y todavía no se ha ido. Ni creo que se vaya nunca. Cuesta imaginar una vida sin él, sin su respaldo, sin esa red que suponía para cualquier cosa que uno hiciera. Yo lo tenía ahí. No era una convivencia diaria pero su presencia se dejaba notar en cada momento, en cada segundo.

Y ahora me parece mentira que tenga que decir que una pulmonía supusiera la causa primigenia de su partida. Como si fuera don Guido, el protagonista de los versos que tanto le gustaban de Machado y a los que puso música Serrat. De mozo muy jaranero, un maestro en refrescar manzanillas, un trueno, un tremendo trueno y poco más puesto que quien lo conocía sabe que mi hermano Antonio era cualquier cosa menos el aristócrata andaluz retratado por el genial poeta sevillano.

De naturaleza recia y rebelde nació en Garrovillas de Alconetar durante la fiesta del Toro de 1954, lo que le valió para que el pueblo entero lo conociera con el apelativo de "El Toreru". Le atraían más los lobos, cernícalos y mochuelos que los libros, pero también le atrajo el oficio bancario, heredado, como tantas otras cosas, de mi padre. Estudió duro para conseguirlo y entró como empleado muy joven. Fue uno de los directores más prometedores del Banco Hispano Americano y también uno de los primeros en abandonar el viejo modelo de banca y apostar por una nueva entidad, en escoger una apuesta como era el Banco Mapfre frente a la posibilidad de triunfar en su empresa de siempre.

Los coches le apasionaban. Las buenas películas (que no fueran en blanco y negro) también. La política, el periodismo, los viajes... Pero nada le llenaba tanto como compartir unas cañas, una comida o unas copas (o las tres cosas) con sus compañeros, sus amigos y, sobre todo, su familia.

Todo en su vida estaba encaminado a hacer felices a su mujer y a sus tres hijos. Pero, como su concepto de familia abarcaba mucho más allá, velaba por el bienestar de sus hermanos, de sus primos, de sus sobrinos... Se construyó dos casas a medida, con salones enormes y piscinas para albergar fiestas, celebraciones y barbacoas. Y cuando se quedaron chicos los salones, hizo un auténtico mesón para que cupiera todo el mundo.

Espléndido, generoso, educado. Trabajador, honrado, humilde. Pero también exigente con él mismo y con los que le rodeaban. Inteligente, constante, detallista. Amigo, muy amigo de sus amigos... y de los que no lo eran. Y, sobre todas las cosas, seguro de si mismo.

Y hoy, cuando voy asimilando que un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida ha derribado uno de los troncos más firmemente plantados que he conocido, me pongo a recordar canciones. Sobre todo de Serrat. Y me viene a los labios decir ternura. Dios y mi canto, saben a quien, en estos dos días, yo nombro tanto.

El vacío que nos deja es tan grande como él mismo. Como su figura y como su valía. Como su corazón y como su fuerza. Como su padre, como mi padre, persistirá en el recuerdo, en el sentimiento y en las entrañas. Y en las frases. Y en las costumbres. Y en la forma de ajustar una corbata. Y en las manías a la hora de echar el vino. Y al revisar si tienen agua los perros. Y al abrir el champan. Y al ir en autovía. Y en la vida. Siempre en la vida.

Gracias, hermano. Va por ti!


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