Frank se encontraba empapado. Pero lo que cubría todo su cuerpo no era agua. Era un líquido con un penetrante olor y de textura oleaginosa que le recordó vagamente al petroleo que vertían los barcos en las aguas cercanas a su casa. Precisamente era de esas aguas el último recuerdo que guardaba antes de caer desmayado y despertarse en ese cubículo en el que no podía ni moverse. Agua, frescor, libertad y, de pronto, un fogonazo, un resplandor inmenso, la sensación de asfixia y todo se tornó en negro. Negra oscuridad. Nada más.
Tanteando torpemente dió con un bulto que se encontraba a su derecha. Lo notó frio y duro pero, al contacto, una fina capa de tejido se desprendió, pegándose a su piel. Retirando la mano rapidamente cayó en la cuenta. El bulto que tenía a su lado, inerme, oliendo mal, incluso, era un cuerpo. Probablemente el de uno de sus compañeros de salida de esa noche. No quiso comprobarlo pero sabía que a su izquierda también podría encontrar otro cuerpo.
De repente, la quietud y el silencio se interrumpieron. Todo sucedió muy rápido. El cubículo metálico comenzó a moverse y el aceite los cubrió por completo. Se escucharon unas voces que él no pudo entender salvo en su parte final: "Utiliza el eléctrico, ahí lo tienes". Y, después de unos golpes sobre el metal de su prisión, un sonido de motor le impidió escuchar nada más. En ese momento, una cuchilla apareció dejando entrar la luz en el cubículo, lo justo para comprobar que quien tenía a su derecha no era otro que su hermano Tom. La cuchilla penetró en el cuerpo de éste y continuó cortando metal y carne hasta que giró en la esquina de la caja. Cortó a Tom transversalmente esta vez y, aunque intentó evitarla, se dispuso a hacer lo mismo con él.
Ese último segundo de su vida comprobó que era cierto lo que decían. Su vida entera paso ante sus ojos: Su nacimiento en el Mar del Norte. Su estancia en aquella guardería junto a sus numerosos hermanos. La correrías escapando mil y una vez de los peligros. La tristeza cuando sucedían aquellas misteriosas desapariciones, sobre todo si los desaparecidos eran seres queridos como sus padres o el abuelo Edward... La cuchilla continuó haciendo su trabajo y Frank murió.
***
- Cariño, ¿has conseguido abrir la lata?
- Si, Laura. Aunque ya sabes que no me gustan nada estos abridores eléctricos. ¡Destrozan las sardinas!
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