Cada hombre tiene lo que se merece. Aunque esta máxima no cumpla con el requisito de ser siempre cierta, en el caso de Pedro Almodovar no puede ajustarse más a la realidad. Para el director manchego es habitual crear expectación con sus peliculas sin necesidad de promociones aparatosas o apoyos intelectualoides. Y se lo ha ganado a pulso, con una sucesión de trabajos rematados tan magistralmente como remata un armario un buen ebanista: puliendo, quitando astillas, barnizando...
Volver es una pelicula de las de caoba: la calidad más alta en la interpretación, los adornos apropiados y un toque personal capaz de librarnos del marasmo de artesanos del tedio que impera en el cine español para ofrecernos una obra artística tan trascendente y reflexiva como cercana y cotidiana.
La noticia de un deceso, llorado y esperado, es la excusa ideal para diversificar tramas y desarrollar personajes ricos, repletos de humanidad, rebosantes de vida y energía. Tan sólo Penelope Cruz podría situarse un escalón por debajo de Lola Dueñas, Blanca Portillo o Carmen Maura, aunque Almodovar sabe darle a Raimunda (su personaje en la película) el justo tono y la justa importancia como para que no se noten las carencias interpretativas de la madrileña.
El ambiente de pueblo, el culto a la muerte provocado por el miedo, los besos de las tías y abuelas, los porros de Agustina, los planos en el restaurante a lo Bigas Luna, las clientas de la peluquería ilegal, las gafas de Chus Lampreave, la trama lúdicamente previsible, el toque a lo realismo mágico sudamericano, la angustia del momento telebasura... Todos son detalles por los que este film será recordado. Pero sobre cada uno de ellos se sitúa el hecho de que es un tratado de almodovarmanía en grado sumo: todas las películas de Pedro tienen su reflejo en esta. Y Almodovar está más contenido que nunca. Normal que tenga lo que se merece: un aplauso eterno de todos menos de sus más envidiosos compañeros.
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