viernes, 5 de noviembre de 2010
Ramírez de la Fuente y Chávez del Maestre
Algunas de las historias más hilarantes de las que relataba mi padre estaban referidas a un compañero de trabajo, simpático como pocos, estimado y querido en la familia y que desprendía sorna e ironía en cada comentario. Una de estas historias nos situaba en una fiesta de gente de postín a la que fueron invitados ambos en calidad de representantes de la banca (vamos, que eran empleados del Banco Hispano Americano). Entre marquesas, señoritos, terratenientes y militares de alta graduación, ambos debían crear o incrementar las relaciones sociales que les dieran la posibilidad de atraer clientes a la entidad.
Manolo Ramírez no se encontraba demasiado cómodo con los estirados modales de algunos de los invitados y menos aun con su ridícula forma de hablar: se presentaban con una pompa y un boato dignos del Zar de Rusia. Cuando alguna de las damas le preguntó por su nombre él, nacido en la simpática localidad pacense de La Fuente del Maestre, no lo dudó:
"Manuel Enrique Ramírez de la Fuente y Chávez del Maestre", dijo mientras que a mi padre se le escapaba un resoplido al intentar aguantar una explosiva carcajada.
Los apellidos son marca de identidad. Fiel testigo de nuestros antecesores, el apellido ha tenido y tiene en España una importancia fundamental. Pero el valor de un apellido se incrementa al emparejarse con otro. Dos apellidos dan mucha más información que los solitarios "surnames" anglosajones. Uno puede llamarse Rodríguez por parte de padre y añadir una profesión dedicada al arreglo de zapatos por parte de madre y convertirse en presidente del gobierno. Puede llamarse, por ejemplo, Vargas por parte de padre y Llosa por parte de madre o García por parte de padre y Márquez por parte de madre para obtener el significado y la importancia que poseen los Premios Nobel. Uno puede llamarse Cuernos por su padre y Puestos por su madre... esto si que añade información.
Conocido es el caso de la esposa de un reputado doctor pacense llamado Barriga de apellido. No tendría más relevancia si el bueno de su suegro no hubiera legado a su hija (que a la postre terminaría por casarse con el galeno) el apellido Fuertes. La suerte, el destino o el sentido del humor del sacerdote de turno ( o de los padres) llevó a que el nombre fuera María de los Dolores, Dolores Fuertes de Barriga.
Pues todo esto se perderá con la nueva normativa que regula el legado de los apellidos. Se evitarán casualidades sorprendentes como Jesús Cristo Rey, Fulanito Sierra Cabezas, Menganito Armando Guerra o tantos y tantos. Apellidos tan comunes como García, Rodríguez, Martínez, de tan amplia tradición en España, se perderán al ir cayendo una vez tras otra en la segunda fila que ocupan los segundos apellidos. ¿Que decir de aquellos que pudieran ser malsonantes? ¿Ha pensado el legislador en que si todo el mundo se acoje a la opción de selección predefinida del orden (alfabético) en una generación se perderan los apellidos a partir de la M? ¿Y si en varias todos los españoles se llaman Abad? Zurbarán será parte de la historia, tal y como Zuluaga, Yuste, Vizuete...
Comprendo que haya casos en los que el cambio de orden en los apellidos tenga su justificación: un matratador, una familia abandonada, cacofonías exageradas, pero cambiar las cosas porque si, porque yo lo valgo, es, cuando menos, peligroso.
¿Vendrá todo esto porque a nuestro Presidente del Gobierno (y también al de la Junta) se le conoce más por su segundo apellido que por el primero? Pues a lo peor.
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